Hablan y narran en español hermosos poemas que describen el drama de su pueblo, del color de la jaima y del desierto. El grupo de la Generación de la Amistad Saharaui mantiene viva una relación rota por la política.
"Aveces los deseos / son inmensos / como los latidos / de este espectro vacío”, se lee en español en el poema Cómo atraer a la lluvia, del saharaui Limam Boisha. El territorio del Sáhara Occidental (ocupado por Marruecos) y los campamentos de Tinduf, en Argelia (ese vacío adonde fueron a refugiarse los saharauis tras el abandono en el que los dejó España en 1976), están llenos de deseos. Y de palabras castellanas, usadas tanto en prosa como en verso. Allí, entre las jaimas que conforman las wilayas o aldeas, entre el sol y el viento inmisericordes, se narran historias en el idioma de Cervantes. Y se guardan sus rimas cual tesoro. La poesía, dice Boisha, es como los granos de arena, “se mezcla en todo”. Pocos pueblos tan generosos, se podría decir, como para amar la lengua de aquel que un día te traicionó. De ello nos hablan, en un día frío de este invierno, seis poetas saharauis reunidos en la plaza de España de Madrid. “Existe la literatura en castellano en África, en un país árabe”. Lo confirman bajo la estatua de Don Quijote y Sancho, un lugar nada casual: en 2005 se constituyó aquí el grupo Generación de la Amistad Saharaui, al que pertenecen (generaciondelaamistad.blogspot.com). Hay un libro, incluso, muy a cuento, en el que algunos han participado: Don Quijote, el azri de la badia saharaui. El azri, en hasanía, es el caballero andante.
Poetas andantes, con el sol en la piel, bien activos, que se han agrupado para contar su cultura y su drama. Son Limam Boisha (Atar, 1972; reside ahora en Madrid), Alí Salem Iselmu (1970, Villa Cisneros; ahora en Vitoria), Bahia Mahmud Awah (1960, Auserd; en Madrid), Zahra Hasnaui (1964, El Aaiún; en Guadalajara), Sukeina Aali-Taleb Fernández (1975, nacida en Madrid)… Otros miembros son también Luali Lahsan (reside en Alicante), Chejdan Mahmud Yazid (ahora en los campamentos), Saleh Abdalahi (en Mallorca), Mohamed Salem Abdelfatah, Ebnu (que reside en Uruguay)…
Estos escritores que avivan las letras “donde el cielo abraza la inmensidad de los desiertos”, escribe Awah, nacieron en su mayoría en el Sáhara Occidental cuando era colonia española, vivieron de niños el éxodo y el exilio, estudiaron en Cuba y regresaron a los campamentos de refugiados en Argelia tras larga ausencia sin contacto familiar. “La vuelta fue traumática”. Emigraron luego a España. Y ahora van y vienen a una tierra prestada, ese lugar en cuyo cielo “Dios solo sembró estrellas y deseos…” (Boisha) desde donde añoran la propia: “Recuerda que existe una tierra sin amo y sin dueño” (Iselmu). Muchos trabajaron antaño en la radio saharaui en Rabouni, capital administrativa de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y contaban historias en emisiones en español. Periodistas y poetas, fértiles, pues, como el desierto fértil, la badia.
Sukeina misma, la más joven, conoció a sus compañeros gracias a un viaje de la cadena SER, cuando ella, hija de española y saharaui –el primer universitario de las wilayas–, fue a Tinduf. Lo cuenta. Cuando se juntan, como ahora, se ponen al día en proyectos, noticias de familiares, novedades de aquí y de allá… y se ríen con anécdotas. “Imagina un girasol, ¿hacia dónde mirará allí plantado en el desierto?”. Pura cultura oral, dicen que son. Como en toda África, lo escrito es novedad.
“Un beso, solamente un beso, separa la boca de África de los labios de Europa”, se lee en Los versos de la madera, de Boisha. Un beso apenas. Y sin embargo, la distancia entre continentes es infinita. Mucho más, vista desde esa esquina del exilio que es Tinduf hacia donde remite inevitablemente siempre su literatura. “¿Existiría la hamada si no nos hubieran intentado enterrar en ella? / … / ¿Existiría el Sáhara sin la envidia de la memoria del viento, sin las señales del fuego, la libertad de los pastos, la sombra de las acacias? / Sin el muro que separa nuestra carne, sin los hilos que siembran la muerte, sangre nuestra, ¿existiríamos?” (del poema Di que no me lo has contado).
Todos cuentan: “Mientras se lucha, se espera”. “Las nuevas generaciones son belicistas”. “La cultura de ser saharaui está cada vez más arraigada”. “Un drama es nuestra vida”. “El tiempo corre a favor de los marroquíes siempre”. “Hay que buscar solución pacífica que respete al pueblo saharaui… pues puede desembocar en situación no esperada”. Desesperanza. Abandono. Paciencia. “Somos pueblo del desierto; hay que esperar siempre, y eso crea carácter”. Por esto, la literatura saharaui es social, reivindicativa; lo político siempre surge… Nos alimentamos del “catarro del exilio”, de la incertidumbre y la nostalgia de la familia y el paisaje del Sáhara. “Estamos viviendo una experiencia que jamás imaginaron nuestros antepasados, nómadas consumados”. Y remiten a los sucesos hace dos años en Gdaim Izik, en El Aaiún, a la visión de muertos y cuerpos heridos por la represión marroquí. Todo cabe en sus obras, en sus títulos: Pasión de los olvidados, La música del siroco (Iselmu), Versos refugiados, El sueño de volver, La maestra que me enseñó en una tabla de madera (Bahia), La arena de tus huellas (Saleh Abdalahi), Voz de fuego y Nómada en el exilio (Ebnu)…
Sukeina se crio en España. Sus referentes, dice, son mezcla. Pero de adolescente empezó a ir a los campamentos, supo de la leche de camella para curarlo todo, conoció a familiares y la pena le hizo surco. Dioses, hombres y ratones es uno de sus cuentos. “No conozco la zona ocupada. Me niego a ir”. La situación en que vive su pueblo es un pozo inagotable de inspiración. Extraen de él impotencia. El silencio de las nubes, titula su obra Zahra Hasnaui. “Nos llaman hijos de las nubes” (y con eso por título y el añadido –la última colonia– ganó un Goya la película de Javier Bardem hace nada). Mohamed Alí Alí-Salem, quien se ocupa de cultura en la delegación saharaui, participó hace años en la antología También en el desierto crecen flores. Y escribe: “Mi tierra, lugar de donde vengo, adonde voy”. Unos y otras hablan de la hamada y la badia, dos desiertos bien distintos; de melfas, camellos, jaimas, canciones, batallas; de lugares como Tiris, Tifariti o Tindouf, de la baraka y los espejismos, de los versos escritos en la madera que luego se beben para fecundar la mente, de los beduinos… “Los hubo y los hay”, dice Boisha. Y sí, los vemos partir cuando él los cita, igual que vemos la lluvia caer cuando la nombra… Beduino en el Caribe titulará Iselmu su nueva obra.
Boisha presenta ahora en gira su segundo libro, Ritos de jaima. Habla este hombre enjuto y amable como escribe, suavemente. ¿De qué se alimenta la literatura saharaui castellana? Lo desvela: “De la oralidad sonora que crepita a cualquier hora, del viento que esculpe la acacia, del humo azulado de las hogueras, de la sensualidad de las miradas, de los destierros individuales y el colectivo. De las heridas de la guerra, del hedor de la ocupación… Del azul sonrisa del cielo y del cálido abrigo de las estrellas. Del crepúsculo en cada vaso de té y de la tenacidad de un pueblo por su libertad”.
Distintas antologías han ido marcando aquí y allí este camino literario. En 2002 se publicó Añoranza; en 2003, Bubisher, poesía saharaui contemporánea. Hay otras: Um Draiga, Treinta y uno (thirty one), Aaiún, gritando lo que se siente, La fuente de Saguia... ¿Sus fuentes? “La poesía hispanoamericana y la generación del 27… Pero también la poesía saharaui en hasanía nos enriquece”. Y les dota de originalidad, una manera especial de ver el Sáhara y el mundo. Un mundo donde la espera es la vida. Cuatro décadas llevan unas 165.000 personas anhelando en vano que una decisión internacional les deje celebrar referéndum, les restituya su tierra… “Tanta arena insaciable / es una estación perpetua” (Boisha, Los versos de la madera).
Fuente: El País
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