El placer del hallazgo o un camino para reencontrarnos
Ya es oficial, y no porque lo dicte alguna institución cultural, sino gracias al notorio rumor: el acontecimiento cultural del verano 2011, en Cuba, es el estreno del largometraje de ficción cubano Habanastation, una película que le devuelve al público nacional el placer del hallazgo, en medio de una sala oscura, inundada de jóvenes paisanos cuya emoción se exalta al mismo ritmo que la nuestra, con un juego bajo el aguacero torrencial, o con el coronel que asciende sereno en el cielo de La Tinta. El filme que acaba de ser presentado este jueves 28 de julio en el Festival de cine de Traverse City, en Michigan, por el cineasta norteamericano Michael Moore, comienza así lo que apunta a ser un prometedor recorrido internacional.
El placer compartido e inigualable de disfrutar en Cuba una sala de cine inundada de un público totalmente cómplice, hay que decirlo, ha dejado de ser tan frecuente como en otras épocas, sobre todo porque han cambiado internacionalmente las maneras de acceder al cine (ahora se privilegian las pequeñas pantallas televisivas y de computadoras) y sigue siendo bastante raro una producción nacional o extranjera que conquiste semejante entusiasmo.
Para empezar por el principio, habría que explicar, a los pocos que no lo sepan ya, que el título de la película proviene de la fusión entre el nombre de la capital del país y el sufijo de Playstation, un programa y equipo para videojuegos que es un juguete caro, al alcance de pocos bolsillos cubanos. Y es importante recordar el origen del título porque desde la comprensión del mismo se puede identificar con nitidez el punto de vista, y las intenciones mayores, del realizador y coguionista Ian Padrón, a quien le debemos películas de tan eficaz prestancia como el documental musical Luis Carbonell: después de tanto tiempo y el deportivo Fuera de liga.
Con el auxilio y la experiencia de Felipe Espinet en el guion, la edición de José Lemuel y la dirección de fotografía de Alejandro Pérez, Ian Padrón ha redactado en imágenes y sonido esta fábula, con moraleja incluida, que habla de solidaridad, valores, diferencias de clase, marginalidad más o menos aparente, egoísmo y materialismo y, por supuesto, sus pares contrarios, generosidad y desinterés. Porque esta es una película para toda la familia, y en especial para los más jóvenes. Por eso habla un lenguaje límpido, claro, sin complicaciones ni simbolismos, sobre la necesidad de aprender a conocer y a compartir con quienes nos rodean, por diferentes que parezcan.
Por supuesto que los héroes del momento se llaman Mayito y Carlos, los dos niños que comparten aula y escuela, pero viven separados por el diferente estatus económico de sus familias. Ellos se ven precisados a compartir almuerzo, papalote, paloma, botellas y otros incidentes, cuando el niño rico de Miramar, el estudioso y bitongo, el nerd vicioso de computadora —por decirlo mal y rápido—, se pierde y va a dar al barrio pobre, marginal, albañal y desaliñado —por decirlo mal y rápido—, de este encuentro medio forzoso, y forzado por el guion, cada uno pasará en limpio anotaciones de crecimiento espiritual y mejoramiento de la capacidad para habitar el mundo y aprehenderlo.
A pesar de que la anécdota pueda parecer simplona y colocada de manera demasiado evidente con vistas a que entendamos la parábola elemental que le sirve de origen, la misma sencillez de Habanastation, su capacidad innegable para favorecer la identificación de miles de cubanos, sus encantadoras imágenes y la espléndida frescura de los dos protagonistas —Andy Fornaris y Ernesto Escalona— los desempeños siempre profesionales de Blanca Rosa Blanco y Luis Alberto García, junto a luminosas apariciones de Miriam Socarrás, Omar Franco o Raúl Pomares, entre muchos otros, fueron la causa de que en solo cinco días de exhibición, en el cine Charles Chaplin, fuera vista por más de diez mil espectadores.
De repente, solo me interesa celebrar el jolgorio, el tremendo entusiasmo que ha despertado la película. Luego vendrá el momento de pensarla más a fondo. Baste ahora la calurosa felicitación y el agradecimiento a todos los implicados en esta nueva película cubana, que añade, a todas las virtudes enunciadas, su capacidad para convertirse ante nuestros ojos en epifanía colorística y sonora, divertimento útil, amenidad capacitada para la distinción espiritual, aplauso capaz de mejorar a quien lo ofrece y también a quien lo recibe.
Porque el documentalista y realizador de videoclips que es Ian Padrón aflora por suerte en muchas secuencias henchidas de musicalidad, inmediatez, ritmo y significado, y así la ópera prima de Ian Padrón nos presenta, por si fuera insuficiente para alguien con sus entregas anteriores, un cineasta de cuerpo entero, ojos muy abiertos y talento en ristre, dispuesto a apropiarse de todo aquello que haga su obra más amena, dichosamente popular, nítida y cubanísima.
Fuente: La Jiribilla
El placer compartido e inigualable de disfrutar en Cuba una sala de cine inundada de un público totalmente cómplice, hay que decirlo, ha dejado de ser tan frecuente como en otras épocas, sobre todo porque han cambiado internacionalmente las maneras de acceder al cine (ahora se privilegian las pequeñas pantallas televisivas y de computadoras) y sigue siendo bastante raro una producción nacional o extranjera que conquiste semejante entusiasmo.
Para empezar por el principio, habría que explicar, a los pocos que no lo sepan ya, que el título de la película proviene de la fusión entre el nombre de la capital del país y el sufijo de Playstation, un programa y equipo para videojuegos que es un juguete caro, al alcance de pocos bolsillos cubanos. Y es importante recordar el origen del título porque desde la comprensión del mismo se puede identificar con nitidez el punto de vista, y las intenciones mayores, del realizador y coguionista Ian Padrón, a quien le debemos películas de tan eficaz prestancia como el documental musical Luis Carbonell: después de tanto tiempo y el deportivo Fuera de liga.
Con el auxilio y la experiencia de Felipe Espinet en el guion, la edición de José Lemuel y la dirección de fotografía de Alejandro Pérez, Ian Padrón ha redactado en imágenes y sonido esta fábula, con moraleja incluida, que habla de solidaridad, valores, diferencias de clase, marginalidad más o menos aparente, egoísmo y materialismo y, por supuesto, sus pares contrarios, generosidad y desinterés. Porque esta es una película para toda la familia, y en especial para los más jóvenes. Por eso habla un lenguaje límpido, claro, sin complicaciones ni simbolismos, sobre la necesidad de aprender a conocer y a compartir con quienes nos rodean, por diferentes que parezcan.
Por supuesto que los héroes del momento se llaman Mayito y Carlos, los dos niños que comparten aula y escuela, pero viven separados por el diferente estatus económico de sus familias. Ellos se ven precisados a compartir almuerzo, papalote, paloma, botellas y otros incidentes, cuando el niño rico de Miramar, el estudioso y bitongo, el nerd vicioso de computadora —por decirlo mal y rápido—, se pierde y va a dar al barrio pobre, marginal, albañal y desaliñado —por decirlo mal y rápido—, de este encuentro medio forzoso, y forzado por el guion, cada uno pasará en limpio anotaciones de crecimiento espiritual y mejoramiento de la capacidad para habitar el mundo y aprehenderlo.
A pesar de que la anécdota pueda parecer simplona y colocada de manera demasiado evidente con vistas a que entendamos la parábola elemental que le sirve de origen, la misma sencillez de Habanastation, su capacidad innegable para favorecer la identificación de miles de cubanos, sus encantadoras imágenes y la espléndida frescura de los dos protagonistas —Andy Fornaris y Ernesto Escalona— los desempeños siempre profesionales de Blanca Rosa Blanco y Luis Alberto García, junto a luminosas apariciones de Miriam Socarrás, Omar Franco o Raúl Pomares, entre muchos otros, fueron la causa de que en solo cinco días de exhibición, en el cine Charles Chaplin, fuera vista por más de diez mil espectadores.
De repente, solo me interesa celebrar el jolgorio, el tremendo entusiasmo que ha despertado la película. Luego vendrá el momento de pensarla más a fondo. Baste ahora la calurosa felicitación y el agradecimiento a todos los implicados en esta nueva película cubana, que añade, a todas las virtudes enunciadas, su capacidad para convertirse ante nuestros ojos en epifanía colorística y sonora, divertimento útil, amenidad capacitada para la distinción espiritual, aplauso capaz de mejorar a quien lo ofrece y también a quien lo recibe.
Porque el documentalista y realizador de videoclips que es Ian Padrón aflora por suerte en muchas secuencias henchidas de musicalidad, inmediatez, ritmo y significado, y así la ópera prima de Ian Padrón nos presenta, por si fuera insuficiente para alguien con sus entregas anteriores, un cineasta de cuerpo entero, ojos muy abiertos y talento en ristre, dispuesto a apropiarse de todo aquello que haga su obra más amena, dichosamente popular, nítida y cubanísima.
Fuente: La Jiribilla
VER TRAILER "HABANASTATION": http://www.youtube.com/watch?v=V8Slymq2l-g
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