Autor: Manuel Moya
Editorial: Alianza
Precio: 18,50 €
Páginas: 494
"UNA ROMÁNTICA REVOLUCIÓN"
RESEÑA DE PEDRO M. DOMENE PUBLICADA EN LA REVISTA MERCURIO Nº 132 DE JUNIO-JULIO DE 2011
Los portugueses recobraron su libertad el 25 de abril de 1974. Oficiales de las fuerzas armadas tomaban las calles de una Lisboa, que despertaba en mitad de un golpe de estado. Paradójicamente, los lisboetas se echaron a la calle para apoyar a los militares y expresar sus deseos de libertad frente a Marcelo Caetano, un dictador, que presidía un gobierno anticuado, secuela del régimen salazarista. Aquella misma noche, la Junta de Salvación Nacional, presidida por el general Spínola, garantizó la convocatoria de elecciones democráticas. La historia de Portugal quedaba escrita aquella mañana de abril, triunfaba la revolución de los claveles.
Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) retrocede en Las cenizas de abril (XII Premio de Novela Fernando Quiñones, 2011) a los años previos a la revolución para contar una historia de amor, tan conmovedora como tormentosa. Al hilo de los acontecimientos históricos, el narrador protagonista segmenta una perturbación propia, junto a la joven Sophia, el idealista Fernando y, De Andrade, un oscuro agente de la policía política PIDE, cuyas vivencias paralelas complementan el mosaico de esta ficción, en un trasfondo reciente del país vecino que narrativamente no ha sido explotado en la literatura española. La trama se inicia, bastantes años después, con la muerte de Sophia, que ha decidido suicidarse en un hotel de París, la ciudad que la acogiera en sus años revolucionarios. Ha dejado una maleta, donde se guardan las claves que se irán desvelando en el resto del relato. La estructura narrativa, contada por una voz en primera persona, se reconstruye en una compleja y poderosa visión de los acontecimientos sociales y de la política portuguesa, al tiempo que fusiona alternativamente pasado y presente, como experiencia congruente en la que viven estos personajes: Sophia y Fernando, amigos desde una lejana infancia en Angola, que un día deciden luchar frente a la dictadura implicándose en el secuestro y tortura de un antiguo agente de la PIDE, sin saber que la declaración del mismo acabará revelando la identidad de antiguos miembros de la policía política, testimonio que cambiará su percepción de las cosas y, por añadidura, el futuro inmediato de sus vidas.
Moya alterna una y otra historia, salpica su relato de acontecimientos cuya veracidad es fácilmente comprobable: las sublevaciones de las colonias, el servicio militar de los jóvenes portugueses que volvían mutilados, o el desgaste del régimen continuista de Caetano, hechos que desembocaron en una romántica revolución. El narrador ha sabido diseñar con una extraordinaria capacidad un “espacio temporal”, se sirve del testimonio enfático y vitalista de los seres humanos en una época de cambios, el comienzo de una posmodernidad que, tras mayo del 68, liberará a la novela histórica, y coincide con el final de los mecanismos de represión en las colonias del pasado salazarista, como bien expone Manuel Moya, reduciendo en su novela la ficcionalidad a lo verdaderamente esencial. Sobresale en Las cenizas de abril el tratamiento de la memoria histórica, construida con esa mixtura íntima de lo vivido por sus personajes, entreverada con esa capacidad de relacionar la peripecia personal y vital con una realidad cercana. La prosa se ajusta al relato, está repleta de matices, lirismo incluido, y una técnica compatible con el arte de interesar al lector, página a página, hasta el final mismo, valor requerido en toda buena narración.
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Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) retrocede en Las cenizas de abril (XII Premio de Novela Fernando Quiñones, 2011) a los años previos a la revolución para contar una historia de amor, tan conmovedora como tormentosa. Al hilo de los acontecimientos históricos, el narrador protagonista segmenta una perturbación propia, junto a la joven Sophia, el idealista Fernando y, De Andrade, un oscuro agente de la policía política PIDE, cuyas vivencias paralelas complementan el mosaico de esta ficción, en un trasfondo reciente del país vecino que narrativamente no ha sido explotado en la literatura española. La trama se inicia, bastantes años después, con la muerte de Sophia, que ha decidido suicidarse en un hotel de París, la ciudad que la acogiera en sus años revolucionarios. Ha dejado una maleta, donde se guardan las claves que se irán desvelando en el resto del relato. La estructura narrativa, contada por una voz en primera persona, se reconstruye en una compleja y poderosa visión de los acontecimientos sociales y de la política portuguesa, al tiempo que fusiona alternativamente pasado y presente, como experiencia congruente en la que viven estos personajes: Sophia y Fernando, amigos desde una lejana infancia en Angola, que un día deciden luchar frente a la dictadura implicándose en el secuestro y tortura de un antiguo agente de la PIDE, sin saber que la declaración del mismo acabará revelando la identidad de antiguos miembros de la policía política, testimonio que cambiará su percepción de las cosas y, por añadidura, el futuro inmediato de sus vidas.
Moya alterna una y otra historia, salpica su relato de acontecimientos cuya veracidad es fácilmente comprobable: las sublevaciones de las colonias, el servicio militar de los jóvenes portugueses que volvían mutilados, o el desgaste del régimen continuista de Caetano, hechos que desembocaron en una romántica revolución. El narrador ha sabido diseñar con una extraordinaria capacidad un “espacio temporal”, se sirve del testimonio enfático y vitalista de los seres humanos en una época de cambios, el comienzo de una posmodernidad que, tras mayo del 68, liberará a la novela histórica, y coincide con el final de los mecanismos de represión en las colonias del pasado salazarista, como bien expone Manuel Moya, reduciendo en su novela la ficcionalidad a lo verdaderamente esencial. Sobresale en Las cenizas de abril el tratamiento de la memoria histórica, construida con esa mixtura íntima de lo vivido por sus personajes, entreverada con esa capacidad de relacionar la peripecia personal y vital con una realidad cercana. La prosa se ajusta al relato, está repleta de matices, lirismo incluido, y una técnica compatible con el arte de interesar al lector, página a página, hasta el final mismo, valor requerido en toda buena narración.
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