ARTÍCULO PUBLICADO EN NEW LEFT REVIEW Nº 64 DE SEPTIEMBRE/OCTUBRE DE 2010
Los barrios pobres de El Cairo encuentran su homología en un nuevo género de ficción narrativa, sostiene Sabry Hafez. Sorprendentes innovaciones formales de una generación que ha crecido bajo el domino asfixiante de la dictadura de Mubarak.
LA NUEVA NOVELA EGIPCIA
Transformación urbana y forma narrativa
El Cairo, la ciudad que una vez fue el faro cultural y político del mundo árabe, se encuentra ahora a punto de convertirse en el sumidero social de la región. La población de esta megápolis ha crecido en torno a los 17 millones de habitantes, de los cuales más de la mitad viven en los proliferantes barrios autoconstruidos y de chabolas que rodean el viejo corazón de la ciudad y sus barrios de la era colonial. Desde finales de la década de 1970, la política de liberalización del régimen –infitah o «de puertas abiertas»– combinada con el colapso del modelo desarrollista, una crisis agraria cada vez más profunda y una acelerada migración rural-urbana, ha creado grandes zonas nuevas de lo que los franceses llaman «ciudad de hongos». El término árabe al-madun al‘ashwa’iyyah podría traducirse como «ciudad al azar»; la raíz de la palabra significa «casualidad». Estas zonas se desarrollaron después de que el Estado hubiera abandonado su papel como proveedor de viviendas sociales asequibles, dejando el campo al sector privado que se concentró en la edificación de alojamientos para las clases media y media alta, que producían mayores beneficios. Los pobres tomaron el asunto en sus manos y, como dice el refrán, lo hicieron pobremente.
En los últimos treinta años, el 60 por 100 de la expansión urbana en Egipto ha consistido en «viviendas al azar». Estos distritos pueden carecer de los servicios más básicos, incluyendo agua y alcantarillado. Sus calles no son suficientemente amplias para que entren las ambulancias o los coches de bomberos; en algunos lugares son incluso más estrechas que los callejones de la vieja medina. La aleatoria yuxtaposición de edificios ha producido la proliferación de callejones sin salida, mientras que la falta de planificación y la escasez de tierra han asegurado la total ausencia de espacios verdes o de plazas. La densidad de población en estas áreas es enorme, incluso para los estándares de las ciudades miseria. El hacinamiento –siete personas por habitación en algunos barrios– ha producido el colapso de las fronteras sociales normales. Con familias enteras compartiendo una única habitación, el incesto se ha generalizado. Enfermedades anteriormente erradicadas, como la tuberculosis y la viruela, son en la actualidad epidémicas.
La generación que se ha hecho adulta desde 1990 se ha encontrado con una triple crisis: socioeconómica, cultural y política. Desde 1980 la población de Egipto casi se ha doblado, alcanzando en 2008 los 81 millones de habitantes. Sin embargo, no ha habido ningún aumento proporcional del gasto social. Con los colegios faltos de fondos, los índices de analfabetismo han aumentado. En las masificadas universidades, los bajos salarios del personal de enseñanza le llevan a aumentar sus ingresos extorsionando a los estudiantes que quieren mejorar sus calificaciones. A los otros servicios públicos –salud, seguridad social, infraestructura y transporte– no les va mejor. El saqueo del sector público por el cleptocrático establishment político y sus compinches ha producido una estructura social distorsionada con forma de dinosaurio: una pequeña cabeza –los superricos– gobernando un cuerpo de pobreza y descontento en constante crecimiento. Al mismo tiempo, el desempleo entre la juventud ha sobrepasado el 75 por 100.
Mientras tanto, el terreno cultural se ha convertido en escenario para la grandilocuencia intolerante, víctima tanto de los censores oficiales –con el veterano ministro de Cultura Farouk Husni a la cabeza– como de los autonombrados para desempeñar idénticas funciones en el Parlamento y en la prensa. En la esfera política, la Ley de Excepción, en vigor desde 1981, ha sido puntualmente prorrogada por una Asamblea Nacional cómicamente corrupta. El notorio sistema carcelario egipcio ha sido puesto a disposición de ciudadanos estadounidenses, británicos y de otros países europeos sometidos a la «entrega extraordinaria». Desde el acuerdo unilateral de Sadat con Israel en 1979, ha crecido un abismo cada vez mayor entre los sentimientos populares y la colusión del establishment político con las peores atrocidades de Estados Unidos e Israel en la región y con el apoyo de facto que presta a sus sucesivas guerras: las invasiones del Líbano, la Operación Tormenta del Desierto, las ocupaciones de Afganistán e Iraq. La marginación de Egipto como potencia regional solamente ha aumentado la sensación de desaliento y humillación de las jóvenes generaciones.
Dentro de este contexto poco propicio ha aparecido una llamativa nueva ola de jóvenes escritores egipcios. Su obra constituye un abandono radical de las normas establecidas y ofrece un conjunto de miradas perspicaces de la cultura y sociedad árabes. Formalmente, los textos están marcados por un intenso autocuestionamiento y por una fragmentación narrativa y lingüística que sirven para reflejar una realidad irracional y engañosa en la que todo ha sido degradado. Las obras son cortas, pocas veces de más de 150 páginas, y tienden a centrarse en individuos aislados en lugar de las sagas que abarcaban generaciones que caracterizaron a la novela realista egipcia. Sus narrativas están imbuidas de una sensación de crisis, aunque el mundo que describen a menudo está tratado con desdén. Los protagonistas están atrapados en el presente, sin poder para efectuar ningún cambio. Los principales exponentes de la nueva ola incluyen a Samir Gharib ‘Ali, Mahmud Hamid, Wa’il Rajab, Ahmad Gharib, Muntasir al-Qaffash, Atif Sulayman, May al-Tilmisani, Yasser Shaaban, Mustafa Zikri y Nura Amin; pero hasta la fecha se han publicado más de cien novelas de este tipo. Desde su primera aparición, alrededor de 1995, estos escritores han sido apodados «la generación de la década de 1990».
El establishment literario egipcio ha sido prácticamente unánime en condenar estos trabajos. Desde el influyente periódico de El Cairo Al-Akhbar y su suplemento semanal Akhbar al-Adab, sus cabezas pensantes realizaron durante años una continua campaña en contra de los nuevos escritores. Ibdá, la principal revista mensual de literatura, se negó inicialmente a publicar sus obras. Los jóvenes escritores fueron acusados de tener una educación pobre, de nihilismo, pérdida de rumbo, falta de interés por los asuntos públicos y de una obsesiva concentración en el cuerpo humano; de pobreza estilística, debilidad gramatical, inadecuadas aptitudes narrativas y de ser auténticamente incomprensibles. Sin embargo este conjunto de obras y las nuevas direcciones que sugieren para la literatura árabe contemporánea han recibido poco análisis crítico; tampoco ha habido intentos sostenidos para relacionarlas con el amplio contexto social y político de donde han surgido.
A continuación intentaré poner de manifiesto tanto la variedad como las características comunes de la nueva novela egipcia. Se ha afirmado que esta obra debe entenderse fuera de los límites de la clasificación de géneros, en términos de un espacio textual transgenérico que flota libremente. En vez de ello, sugiero que estas nuevas novelas comparten sin duda un conjunto de características narrativas definidas que suponen tanto una ruptura con las formas realistas y modernas anteriores, como la transformación de las reglas de referencia con las que el texto se relaciona con el mundo externo. Yo sugiero que, cualquiera que sean sus escenarios reales, estos trabajos comparten similitudes formales con las proliferantes ciudades de miseria del propio El Cairo.
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Sabry Hafez enseña árabe y literatura en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos; autor de The Genesis of Arabic Narrative Discourse (1993).
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