Nota de edición. (Miguel Manzanera Salavert)
Entre las intervenciones políticas de Manuel Sacristán dentro del PCE figura esta alocución al Comité Central, en la que se expone la problemática de las nacionalidades desde el punto de vista marxista y leninista. La política comunista sobre este punto se basa en el reconocimiento del derecho de autodeterminación, expuesto con singular claridad por Lenin, y toda la reflexión posterior de los y las intelectuales marxistas que han continuado su línea de pensamiento –dentro de esa línea se encuentra Dolores Ibarruri, citada por Sacristán en el texto-.
Por otra parte, merece la pena subrayar que esa doctrina política de la autodeterminación de los pueblos, fue elaborada y expuesta –tal vez por primera vez- por el dominico Bartolomé de las Casas en su De Regia Potestate, como consecuencia de su labor de defensa de las comunidades indígenas americanas frente a la invasión española. Esa doctrina, unida a la del derecho internacional y los derechos naturales, fue luego desarrollada por la escuela de Salamanca y posteriormente recogida por Hugo Grocio, quien la difundió por Europa, y es el antecedente de la moderna teoría de los derechos humanos.
En los documentos del Archivo Histórico del PCE, donde está guardado el texto que reproduce este discurso de Sacristán, se indica la autoría a través de un seudónimo –Ricardo-, utilizado por él en aquellos años.
INTERVENCIÓN EN EL PLENO DEL CC DEL PCE (verano 1970)
Camaradas, si no he percibido mal, en la intervención del camarada Luis había un elemento de sorpresa que yo también comparto, y es que en bastantes de nosotros se nota bastante inquietud ante el problema nacional. Uno puede sentirse sorprendido, sin querer ignorar las dificultades, por el hecho de que nuestra doctrina de las nacionalidades es una doctrina clara y realmente sin problema de concepto ninguno. Es uno de los principios más claros y radicales, explícitamente expuesto por la camarada Dolores en su trabajo, el principio de autodeterminación; radical en un sentido marxista, en el sentido de Marx. Por una parte no tiene reservas ni en su concepción ni en su aplicación, y por otra parte no tiene tampoco ideologización.
Ser radical, decía Marx, es coger las cosas por la raíz, y la raíz de las cosas es el hombre. La raíz de nuestra concepción del problema de las nacionalidades no son conceptos más o menos mitológicos, de patriotismo antiguo, de fidelidades feudales, ni de mitos burgueses, sino la presencia real de los individuos con sus características nacionales en las diversas localizaciones geográficas.
Tal vez la inquietud que injustificadamente, puesto que la doctrina es tan clara, podemos sentir a veces se deba a dos causas, si no contradictorias, al menos concurrentes en direcciones contrarias. Por un lado, la objeción de tipo abstracto, de tipo extremista, de que el tema de las nacionalidades, el problema o el concepto es de origen burgués. Por otro lado, la crítica confluyente con esto y en sentido opuesto de que no nos tomamos en serio las entidades nacionales.
A lo primero hay que decir bastantes cosas, pero voy a decir pocas para no rebasar el tiempo previsto. Quizá la primera que habría que tener siempre presente es que aunque nos digan que un tema trabajado por nosotros es un tema de origen burgués, no nos han dicho absolutamente nada. El origen histórico de un fenómeno o de un problema no lo agota ni mucho menos. Igual es de origen burgués la ciencia moderna, la física por ejemplo o la química.
Si hubiera que calificar desde el punto de vista de clase las cosas por su génesis, ya podríamos borrarnos lo poco o lo mucho que sepamos de geometría, porque resulta que sería esclavista puesto que es un tipo de producto cultural nacido en el esclavismo. Y no es que no haya relación entre el esclavismo y la geometría, claro que la hay. Sin una determinada estructuración de la agricultura que fue posibilitada por el esclavismo, no habría habido geometría. Y sin el desarrollo de fenómenos incipientemente burgueses, supongo que tampoco habría habido aparición de fenómenos nacionales, tal como los conocemos al menos. Pero es que la relación genética de nacimiento de un fenómeno con una estructura clasista, con un sistema social, no determina ni mucho menos para siempre todos sus contenidos sociales o significaciones sociales cuando cambian los sistemas mismos, cuando cambia la estructura. Porque lo que determina los contenidos parciales de la dialéctica es la estructura total. Esto es en general lo primero que habría que decir. Lo segundo es que las naciones tal y como las conocemos no coinciden exactamente con lo que cuentan los libros de historia. Los libros de historia los han hecho ellos y según los libros de historia, las naciones que conocemos son pleno fruto de la fecundidad de la burguesía. Yo no quiero negar la fecundidad de la burguesía, sería ridículo, sería no ser marxista. No hay quizá ninguna exposición tan espléndida y abierta a la fecundidad de la burguesía como el Manifiesto Comunista, que el manifiesto del 48. No se trata de negar eso ni mucho menos.
Pero lo que no es ni mucho menos verdad, es que el fenómeno de la constitución de las nacionalidades haya sido un fruto tan directo de la evolución burguesa como parece en las historias. Por ejemplo, no se ve por qué, no hay ninguna ley interna a los rasgos nacionales, para que lo que se llama la nación francesa tuviera que ser más nación que lo que habría podido ser una nación occitana con trozos de lo que hoy es Francia y trozos de lo que hoy es España; o en el caso de Euzkadi exactamente igual.
Propiamente, lo que sí es fruto de la burguesía es el Estado nacional. Un estado que no coincide necesariamente, como manifiestamente lo prueba el caso español, pero también cualquier otro como el francés, con una nacionalidad. Es nacional en el sentido que representa el dominio y también la hegemonía, la función dirigente de una determinada burguesía nacional. En el caso de Francia la del centro, la del núcleo parisiense, y en el caso español no me atrevo a decirlo porque es demasiado complicado históricamente; en el caso italiano, la Toscana, etc.
Precisamente esto, la no coincidencia estricta entre cosas a las que se puede llamar nación, por ejemplo Euzkadi, por ejemplo Occitania, y aquello a lo que llaman nación las historias burguesas y que es el Estado nacional, está detrás de una afirmación del camarada Alfonso de hace un rato. A saber, que en el fenómeno nacional tal como lo conocemos ahora, sin resolver por la burguesía, hay un visible predominio del elemento sobrestructural. ¿Por qué? Porque los elementos básicos, es decir, los económicos, fueron más o menos cristalizados con la constitución del mercado que en cada caso dio pie al Estado nacional. Pero como el Estado nacional no es exactamente una nación, han quedado elementos no fundamentados, ni en la delimitación del mercado, ni por tanto recogidos por el poder, que quedan no solo como sobrestructuras, sino como sobrestructuras sin política, casi solo como cultura. De aquí el aspecto muy cultural que tienen algunos fenómenos nacionales: el occitano a que me he referido antes.
Esto no es ninguna manera mía. Es que en el PSU lo cultivamos un poco por razón de alianzas con camaradas franceses que trabajan también con nosotros. O reflexiones muchas más de este tipo, -yo no soy ningún historiador-, deben quitar toda inhibición ante el reproche sin fundamento de que tratar el problema nacional era tratar un problema burgués. En absoluto.
La creación burguesa del Estado nacional, el hecho de rasgos nacionales es un hecho radical, son rasgos que están en el hombre: su lengua, su constitución psicológica, muchísimos otros elementos que no se trata de enumerar y que precisamente porque no se quedaron calcados en la realidad económica la burguesía no resolvió, pues ella ha sido un agente muy fecundo, pero dentro del reino de la necesidad.
Si la dinámica del reino de la necesidad no bastaba para resolver el problema occitano, para satisfacer el desarrollo nacional, el desarrollo de los rasgos nacionales occitanos, culturales, quedaron sin resolver. Si, en cambio, la necesidad dio bastante para resolver de un modo u otro la expansión nacional del núcleo francés, eso fue resuelto.
Este problema de las nacionalidades en lo que tiene de irresuelto apunta, como otros tantos problemas de génesis burguesa, -los de las libertades, los de la democracia,...-, precisamente más allá del reino de la burguesía, hacia más allá del reino de la necesidad.
Ya recogiendo brevemente en el otro sentido el problema, el reproche de que no nos tomamos en serio el problema de las nacionalidades, tampoco querría poner la cosa rosa, puede ocurrir que muchísimos comunistas no se lo tomen en serio. Confluyen en esto dos posibles causas históricas. Una, la que se ha puesto de manifiesto aquí, la opresión de la oligarquía dominante española. Y otro que no se ha dicho, pero que habría que decirlo porque lo llevamos más dentro, y es el centralismo, el estatismo de la segunda tradición marxista, de la tradición socialdemócrata, que realmente fue muy ciega para este tipo de problemas por la enorme importancia dada al Estado y a las instancias centrales en la resolución de cualesquiera de problemas sociales.
Por eso puede ocurrir el que muchos de nosotros seamos poco sensibles. Yo me he visto obligado hace años en Barcelona a convencer durante largos minutos a un conocido intelectual comunista madrileño -yo también lo soy y no es que con esto quiera acusar a los madrileños- para que en la conferencia que tenía que dar en Barcelona de economía regional y que se aproximaba por minutos, no cometiera la barbaridad de decir que Cataluña era una región y el catalán era un dialecto; lo que estaba dispuesto a hacer siendo un intelectual brillante, uno de los intelectuales comunistas más brillantes del país. Era angustioso porque era una carrera contra el reloj. Se acercaba la hora y la discusión no llegaba a resultados.
De modo que esto no lo ignoro. Pero de todas maneras, si uno parte con una claridad doctrinal como la nuestra, que sobre este punto es tan clara que llega a ser simple, yo no veo que haya que temer particularmente el reproche de que no nos tomamos en serio la cuestión de las nacionalidades. Acaso subjetivamente tal o cual camarada no lo haga, pero el movimiento es absolutamente inequívoco al respecto.
Y por otra parte, aunque esto pueda ser injustificado, porque en el caso de los camaradas de Euzkadi, que es en el que más preocupante ha resultado el tema, tal vez no sea así, diré que no se puede olvidar que en esas discusiones hay también mucho de oportunismo del enemigo. Esto lo puedo ilustrar, y con esto termino, con una experiencia que el camarada Estévez y yo, y otro camarada que no está aquí, vivimos no hace mucho tiempo, a principios del 68 o final del 67, en Barcelona, y que es lo siguiente.
Teníamos que ir ante un grupo de intelectuales catalanes un poco como acusados, un poco como sospechosos de inautenticidad ante el problema nacional, para argumentar que no, que el PSU es un partido catalán y que el P C tiene una política de nacionalidades correcta. Nos recibían como jueces, teníamos que argumentar largamente, y de repente ocurren los hechos de mayo y se produce una cierta contaminación de extremismo en la intelectualidad barcelonesa y en los estudiantes. Entonces un tercer camarada, ni Estévez ni yo, pero que hacía relaciones de este tipo, se vio obligado en la semana siguiente a defenderse de la acusación de catalanismo procedente de los mismos medios y de dos de las tres personas ante las cuales, semanas antes, Estévez y yo habíamos tenido que justificar la naturaleza catalana del Partido.
No quiero generalizar esto. Muy posiblemente los reproches con que os encontréis son sensatos. Pero en cualquier caso, yo no veo que ninguna otra fuerza política hoy existente tenga la claridad, que ya limita con simplicidad, de la doctrina nacional nuestra. Yo creo por tanto que, por inmaduro que esté el tema, entre vosotros no lo sé -y me sorprende un poco, porque entre nosotros en el PSU no lo está-, no hay motivo para tener inhibiciones al respecto.
Fuente: Rebelión
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