miércoles, 3 de marzo de 2010

SE PRESENTA EN SEVILLA EL LIBRO DE MEMORIAS DEL HISTÓRICO MILITANTE COMUNISTA TEODULFO LAGUNERO

Título: Memorias
Autor: Teodulfo Lagunero
Editorial: UMBRIEL EDITORES
Año de Publicación: 2009
ISBN: 978-84-89367-76-0
Serie: Tabla rasa
Páginas: 763
Encuadernación: Rústica
Precio: 23 €

“Teodulfo Lagunero fue un personaje clave en el proceso de restauración de las libertades que ahora conocemos como Transición Democrática. Villa Comete, la casa cercana a Cannes en la que se instaló durante lo que él denomina un raro exilio, fue escenario fundamental en la creación de la Junta Democrática, y un punto de encuentro imprescindible entre la dirección del PCE y el resto de las fuerzas que abogaban por la reinstauración de la democracia, desde fuera, pero también desde dentro del propio régimen.

Sin la legalización del PCE, la Transición no habría sido posible. Sin Teodulfo Lagunero, la legalización del PCE habría sido mucho más difícil, mucho más compleja y traumática de lo que fue. Cualquier crónica honesta y objetiva de aquel proceso, cuya versión oficial sigue insistiendo —aunque cada vez, por fortuna, con menos fuelle— en atribuir todos los méritos a no más de dos o tres protagonistas estelares, tendrá que reconocer forzosamente en el futuro la decisiva responsabilidad de personas como Teo en aquel viaje colectivo, que resumió décadas de lucha y de sacrificio constante de muchos miles de demócratas españoles.

Con esa certeza, y la de que la lectura de este libro les conmoverá tanto como a mí, les doy la bienvenida a la extraordinaria vida de un hombre extraordinario.”

Almudena Grandes

El autor

Teodulfo Lagunero Muñoz (Valladolid, 1927), Republicano, Catedrático de Derecho Mercantil, Constructor, Comunista y abogado en ejercicio. Reconocido mecenas de la cultura, su figura se consolidó en la lucha contra el franquismo al financiar el Centro de Información y Solidaridad con España (CISE) en París, que presidía Picasso y dirigía Marcos Ana.

Posteriormente, ya en España, colaboró con la Junta Democrática. Promotor y presidente del semanario "La Calle". Una vez legalizado el PCE y sin ser él militante, Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, en un gesto de reconocimiento, le hicieron entrega de un carnet del partido firmado por ambos, un regalo en palabras de Teodulfo.

Amante de la tertulia multitudinaria ha cultivado la amistad de notables gentes de la cultura, la judicatura y los negocios; a su lado es posible encontrar un par de premios Nobel y una pléyade de escritores e intelectuales de la España contemporánea.

Apasionado en las ideas y torrencial en su verbo defiende la vigencia de la transición democrática y el aporte hecho por la izquierda al proceso. Humanista convencido entiende que otro mundo que mejore el presente puede y debe ser posible.

Este artículo es un capitulo del libro de las Memorias de Teodulfo Lagunero:

Vuelvo al hotel y me encierro en mi habitación. Estoy triste. Me han impresionado la visita al hospital y los recuerdos de Valladolid. Me tumbo y pienso sobre mi vida. ¿Qué hago yo allí, en París, sobre la cama de un hotel del barrio Latino? ¿Qué hago allí, en París, colaborando con los comunistas, dándoles mi tiempo y mi dinero? Tengo abandonado mi despacho de abogado y mis negocios de Madrid, y son importantes. ¿Qué riesgos estoy corriendo? ¿Qué puede pasarme si se entera la policía y me detiene? Evidentemente la primera represalia será mandar una jauría de inspectores de Hacienda, del Ministerio de la Vivienda, del de Obras Públicas, a que miren con lupa todos mis negocios para cebarse en ellos. El perjudicado no sería solo yo, sino también mi familia y mis socios. ¿Tengo derecho a hacer lo que estoy haciendo? ¿O es acaso un deber hacerlo? Soy un ser libre y mi obligación es ejercer esa libertad de manera consecuente. No hacerlo sería perderme el respeto a mí mismo.

Estos días atrás lo veía todo muy claro y estaba lleno de entusiasmo y optimismo. Hoy, no sé por qué, estoy lleno de dudas, de malos presentimientos. ¿Cómo puede un hombre cambiar en unas horas de pensamientos, de sentimientos? ¿Cómo se puede pasar del entusiasmo y del optimismo a sentir el alma desgarrada por la angustia, por el temor? Me siento acorralado, aprisionado, perseguido. Siento más que presiento que me van a ocurrir cosas horribles. Y aún nadie me tortura el cuerpo, solo me tortura el alma. Recuerdo un verso de Marcos Ana: «Hombre cogido en un cepo». Yo también estoy cogido en un cepo, o quizá somos miles o millones de españoles los que estamos cogidos en un cepo, en el cepo de la dictadura, en el cepo de ese túnel sin salida en el que llevamos ya tantos años atrapados. Pero aquí, en esta cama de este hotel en el barrio Latino de París, siento que se confabulan contra mí todas las fuerzas de lo humano y lo divino. Cada minuto que transcurre me voy deprimiendo más, me voy horrorizando de lo que pasa o de lo que puede pasar. Estoy paralizado, inerme, indefenso, impotente y nada puedo hacer para evitarlo. Recuerdo no sé de dónde la frase «no hay quien te salve». Pero, ¿por qué, por qué, por qué...?. Me levanto, lleno la bañera de agua caliente y me meto en ella. Cierro los ojos y permanezco así largo tiempo. Quiero no pensar en nada, quiero no sentir nada, pero pienso y siento tantas cosas, tan distintas, tan contradictorias. Pienso en los miles y miles de españoles que han dado la vida por llevar las banderas de la libertad y la república, para dar la vuelta a la tortilla y que salgan las banderas de la tiranía y el fascismo, para sustituir las banderas de las sacristías y de los cuarteles por las banderas de la libertad y el socialismo. Arriesgaron la vida por su causa, que es también la mía. Cuando medito esto vuelve a fluir la sangre veloz por mis venas y golpeo con mi puño el agua de la bañera, y digo: «Hay que seguir, no importan los riesgos». Pero al momento vuelven a mí presagios y temores. Pienso que quizá no tengo a nadie a quien recurrir para que me diga lo que tengo que hacer. Y pienso que no es cuestión de consultas. Soy yo el que tiene que decidir. ¿Y los míos? Mi madre, mi hija, Rocío, ¿qué pueden hacer ellas? ¿Qué me pueden decir ellas? Son ellas las que agudizan mis temores, pues sé que todo se volverá en su contra. Mi pobre madre volverá a sufrir otra vez los horrores que sufrió durante la guerra y después de la guerra. No es posible que una mujer pueda aguantar tanto sufrimiento, y me pregunto angustiado si tengo derecho a hacerle correr nuevos riesgos, a hacerle sufrir por mí o por mi culpa. ¿Pero acaso no han sufrido también las madres de tantos y tantos españoles?

Me seco, me visto y vuelvo a tumbarme en la cama. Ya más tranquilo, pienso que a lo mejor no pasa nada, que a fin de cuentas lo que estoy haciendo no es tan grave. ¿Qué estoy haciendo? Tener unas ideas, unas creencias. ¿Pero es que acaso puede el hombre vivir sin ideas y creencias? Simplemente estoy contribuyendo en lo que está a mi alcance al triunfo de mis ideas. Solo quiero que en España haya una organización económica, política y social mejor que la que hoy hay, más justa, más racional. Quiero contribuir personalmente al triunfo de esas ideas en mi patria y, como dice Simone de Beauvoir en ese pequeño libro, quiero poder participar en la victoria, hacer que la victoria sea mía porque he participado en ella. ¿Ese es mi delito? Solo por ello presiento tantos males. ¿Es que son tan perversos y canallas nuestros enemigos que me hacen tenerles tanto miedo? Miedo no, les tengo terror, terror a sus mentiras, a sus torturas morales y físicas. ¡Tengo verdadero terror al miedo que les tengo! Vuelvo a tener miedo a mi mismo miedo, porque temo, si me detienen, ser débil ante sus torturas y poder decir cosas que perjudiquen a otras personas y a la causa por la que todos luchamos. Siento lo mismo que sentí también en Valladolid aquel doce de abril, cuando me detuvieron en la calle Panaderos con José Luis Álvarez y me llevaron a las mazmorras del Gobierno civil. Quizá tenga más miedo ahora porque tengo más años y más cosas que perder. Entonces, en la inconsciencia de la juventud, no añadí a ese temor el temor de hacer sufrir a mi madre.

Pero, ¿qué hacer? ¿Ser acaso un cordero, arrodillarme y bajar la cerviz? ¡No! ¡Mil veces no! No quiero dejar de ser un hombre, perderme el respeto, mirarme al espejo y sentir asco. ¡No! Prefiero mil veces arriesgarlo todo pero seguir siendo un hombre y vivir como un hombre, con un mínimo de dignidad humana. Formaré parte de esa legión de personas que unidas por la solidaridad forman la legión del futuro. Y ser, como también dice Simone de Beauvoir, un intelectual que milita en el campo del proletariado. En mi caso no es ya solo militar en el campo del proletariado, sino militar en el campo de los que luchan por la libertad de mi patria. Lo malo es que mis dudas y temores no se quedan ahí, sino que llegan mucho más allá y dudan de muchas cosas de ese campo. Y quizá llegan a dudar de esos hombres a los que quiero ver unidos por la solidaridad. Puede ser que esté hecho un verdadero lío y no sepa ya nada de nada. Sin embargo lo que sí sé es que, con temores o sin ellos, voy a continuar haciendo lo que estoy haciendo.

Al final, hoy he terminado llorando. He sentido toda una máxima variedad de sensaciones y sentimientos, algunos de los cuales ya sentí el día de la manifestación del uno de mayo, cuando conocí a Marcos y entré en contacto con los exilados españoles. Aunque no creía que se pudiesen repetir esas sensaciones y sentimientos, la verdad es que hoy los he vuelto a sentir más intensos aún, si esto es posible: asombro, alegría, desprecio a muchas cosas que recuerdo de Madrid, ternura hacia mis hermanos del destierro por política o por hambre. No creo poderlo decir con palabras. A veces los sentimientos no se pueden reflejar con palabras

Salimos Paloma y yo con Marcos hacia el mitin de Dolores. Me emociona pensar que voy a ver a una mujer tan mítica. Si esta mañana he tenido momentos de pesadilla, de angustia, de sobresalto, de ahogo, de miedo y de miedo al miedo, esta tarde he sentido cosas mucho más claras, más dulces, más embriagadoras. He tenido momentos de paz, de sosiego y de tranquilidad. Pero, de pronto, todo mi ser ha despertado a una llamada, a una frase, a una mirada, a una bandera agitada por brazos firmes y seguros. He sentido, no sé cómo decirlo, ansia quizá, sí, puede que sea ansia. Ansia de gritar, de abrazar a aquellos hombres, de estrechar sus manos, de arrebatarles aquellas banderas rojas y republicanas y agitarlas también, fundido con aquellos cincuenta mil españoles, o quizá más, no sé. Sesenta mil, cien mil, qué más da, cientos de miles de españoles, hombres y mujeres, niños y jóvenes, viejos y viejas. Me embriagaban sus ropas, obreros endomingados con corbata, como vestidos de gala para un viaje, para un gran viaje. Y así era, porque venían de todas las ciudades de Europa, en tren, en coche, en autocar, para levantar aquí su grito de protesta y esperanza. Otros iban en mangas de camisa y algunos más en camiseta, quizá desentonando, pero en el fondo dando un toque muy popular al conjunto. He observado detenidamente sus vestidos y sus peinados y todos estaban limpios, muy limpios. Me ha llamado la atención su limpieza, no había ni uno solo desarrapado o sucio. Allí estaba el pueblo multicolor de la multicolor España: catalanes junto a castellanos, vascos junto a gallegos, andaluces junto a montañeses, asturianos, leoneses o extremeños. España representada toda por miles y miles de sus hijos con miles de banderas republicanas tricolores, catalanas, vascas, gallegas, rojas con la hoz y el martillo. Todo lleno de enseñas, estandartes, banderolas, pancartas o pañuelos sobre los hombros. Caras alegres, miradas impacientes a los relojes esperando la llegada de La Pasionaria. He oído varias veces el mismo comentario: «A las tres veremos a La Pasionaria». Sí, yo también espero ver a esa leyenda hecha historia: la gran mujer de la revolución asturiana, la diputada comunista que desenmascaró a los fascistas en las cortes republicanas, la gran entusiasta de nuestra guerra civil. En fin, la heroína de la defensa de Madrid en aquel inolvidable noviembre, una fecha para la historia del mundo. Sí, Dolores Ibárruri estará con estos miles y miles de españoles, venidos de todos los confines de Europa y de España para verla, para estar junto a ella, para escucharla, para ser testigo de su presencia, para oír de sus labios la postura y la razón del Partido Comunista en su lucha contra la dictadura. Sí, el Partido Comunista es el partido de estos miles y miles de españoles que hacen que hoy un trozo de París sea la capital de España.

Deambulo entre esta abigarrada muchedumbre tratando de captar todo lo que ven mis ojos. Quiero oír sus conversaciones, sus expresiones, fotografiarlos. Junto a mí, Paloma los va filmando con su cámara. También está emocionada, pero no creo que su emoción llegue a alcanzar la mía. Pienso en estos hombres que están vendiendo su trabajo en Europa, mejor dicho, que están malvendiendo su trabajo para que Europa sea próspera, que ahorran hasta el último franco y que malviven en barracones en los arrabales de ciudades prósperas. Todo para mandar el fruto de su sudor a sus pueblos de España, a los que algún día esperan volver y poder tener un puesto de trabajo y una vivienda, si es que no se la roba el especulador de turno. Recuerdo un artículo que he escrito y me afianzo en mis convicciones. El artículo lo he titulado “Los dineros de los emigrantes” y lo he publicado en Información española, un semanario español editado en Bruselas. En él analizaba la repercusión económica y humana de las divisas que envían a España estos trabajadores, emigrantes en Europa porque no tienen trabajo en su país y que, a mi juicio, son una de las razones fundamentales del despegue económico español.

También hemos estado con grupos de exilados políticos que nos presentan Marcos o Lina ¿Cuándo se hará la historia de los grandes movimientos migratorios de los españoles contemporáneos, exilados políticos o emigrantes laborales?

Con Marcos he visitado barracones de emigrantes en muchas ciudades de Europa, he asistido a sus centros de reunión, he escuchado a activistas del partido quejarse sobre las dificultades que tienen para acercarse a los emigrantes y hablar con ellos de política o entregarles Mundo obrero. Los trabajadores tienen miedo a represalias de los patronos europeos o de los caciques y policías españoles. Pero aquí, ante miles y miles de españoles que portan sus banderas y que proclaman sus sentimientos e ideas, me impresiona mucho más su presencia. Se me ocurre que al enano dictador de El Pardo, que ya atesora todas las condecoraciones posibles e imposibles, le falta una, quizá la única bien merecida, la de gran maestre de la emigración. ¿Quién mejor que él para aspirar a este triste, sucio y miserable título? ¿Quién mejor que él, que tiene todas las distinciones y ninguna tan merecida como esta, para recibir esta gran placa o medalla o collar? ¿Acaso no fue él el artífice de la emigración de miles y miles de españoles en 1939? ¿Acaso no fue él el componedor con Hitler de la explotación de miles de obreros españoles que salieron para trabajar en la Alemania nazi en trenes de mercancías, en aquellos vagones que de niño vi pasar por las vías que quedaban frente a la casa de mis abuelos en Valladolid? ¿Cuántos de esos obreros no volvieron a España, cuántos murieron bajo las bombas de la aviación aliada? ¿Cuántos de esos obreros no terminaron en los campos de concentración de Auschwitz? ¿Cuántos de esos obreros no terminaron en el maquis luchando contra los nazis, continuando un capítulo más de nuestra guerra civil? ¿Acaso no son él y sus ministros los que mandan ahora a los obreros parados en España a trabajar en las industrias y los campos de Europa para recibir y especular con sus divisas?

Aquí, en los jardines de Montreuil, están esos obreros, esos emigrantes y exilados, esos españoles. ¡Solo faltas tú, dictador, para recibir de sus manos la gran medalla del desprecio de los hombres que tuvieron que marcharse! Y aquí hemos estado Paloma y yo. Dos españoles más.

Al fin fueron apareciendo en el estrado diversos personajes. A algunos no los conocía. Apareció Santiago Carrillo entre aplausos. De repente los aplausos dejaron de ser aplausos para convertirse en una tormenta de vítores y gritos. Dolores había subido al estrado, vestida de negro, sonriendo, y saludando con la mano. A mí me faltó aire para respirar cuando vi el tremolar de las banderas y el entusiasmo indescriptible de tantos miles de españoles. No pude más, se me saltaron las lágrimas que estaba queriendo contener y rompí a llorar como si diese salida a una necesidad biológica para no estallar.

Allí lloré de sentimiento, de alegría, de esperanza, y lloré también de vergüenza, de remordimiento. De vergüenza y remordimiento por haber sustraído un sólo segundo de mi vida a la lucha por la liberación de mi patria, para abrir sus puertas a estos hombres. Yo me prometí y les prometí y os prometo ahora, hermanos errantes, obreros españoles, perseguidos españoles, presos españoles, obreros en paro de España, niños españoles de chabolas sin escuelas, yo os prometo que todos los días de mi vida pensaré en vosotros y lucharé por vosotros. Porque si no lo hago, ya el pan no me sabrá a pan, ni el vino a vino, ni el amor de la mujer será amor. Ni tampoco dormiré tranquilo si no cumplo lo que os prometo, camaradas. ¿Puedo llamaros camaradas? Tengo que merecer la aurora, el alba de esa España que vosotros, solamente vosotros, representáis con dignidad y con orgullo. Dolores, tu dijiste que solo oigamos la voz de nuestra conciencia. Esta es la voz de mi conciencia: poner mi vida entera junto a tu pueblo, que es también el mío, y sufrir con él y pasar su hambre, y sentir en mi cuerpo sus lacerantes heridas para que, como tú dijiste, al menos se pueda decir que soy un hombre.

Allí sentí desprecio de mí mismo por haber dudado de cuál era mi deber, encubriendo así miedos y temores. No, no es momento de duda, de titubeos, de dejarse llevar por egoísmos o conveniencias. La cosa está clara: o con el pueblo de España o contra España. Y yo, amigo Carrillo y admirada Dolores, yo no volveré a dudar y estaré siempre junto a la causa de mi pueblo, que hoy vosotros representáis como líderes de su lucha por la libertad.

Nuevamente comparo la emoción de este día de junio con aquel primero de mayo, con aquella manifestación que cambió el ritmo de mi vida, cuando decidí empezar a colaborar con el CISE para mitigar el sufrimiento de las víctimas de la represión franquista, y con el Partido Comunista para luchar por la libertad de España. Una lucha que, bajo ningún concepto, quiere decir provocar en España otra guerra civil. ¡No, mil veces no! ¡Ya ha corrido en España demasiada sangre! ¡Que no corra ni una gota más! Ni el Partido Comunista ni yo, ni tampoco el pueblo español lo quieren. Conozco a muchos españoles de derechas, franquistas o no, y estoy seguro de que ninguno de los que conozco tampoco quiere que corra más sangre. Puede que algún loco o fanático lo desee, pero haremos todo lo necesario para que no ocurra de nuevo. Repito: ¡ya ha corrido bastante sangre!

Recuerdo un pasaje de Abel Martín, de Machado, en que un alumno dice: «Ya es hora que se arreglen los problemas de España». Eso lo escribió Machado en 1922 y hoy, en 1971, siguen sin haberse arreglado los problemas de España.

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