Margarita Nelken, (Julio Romero de Torres, 1929). Museo de Julio Romero de Torres (Excmo. Ayuntamiento de Córdoba).
ARTÍCULO DE MARGARITA NELKEN PUBLICADO EN LA REVISTA LAS ESPAÑAS HACE 50 AÑOS
La falta de equilibrio, de concordancia pudiéramos decir, que hoy se observa en todos los grados y en todos los aspectos de la vida, aparece en forma realmente aguda en la creación artística, y en las relaciones entre el arte y la sociedad. Y ello, hasta el extremo de hacer de estas relaciones, algo cada vez más difícil e inestable, y de hacer cada vez más difícil la aceptación de la obra de arte por la sociedad, de una parte, y, de otra, de dificultar la posibilidad, para el artista, de crear conforme a los dictados de su espíritu y de su corazón.
Baldío fuere tratar disimulárselo: pese a la aparente intensidad de la vida artística en algunos países; pese a la abundancia de exposiciones, de publicaciones dedicadas a la vida de las artes, etc., las dificultades materiales de la vida actual convierten el arte en algo superfluo; en un lujo, del que parece que podría cómodamente prescindirse. Si a esta verdad de base se añade el que la creación artística, ya de por si, camina a tientas, para hallar por fin –¡y a costa de cuanto dolor!– el lugar que le corresponde, en un mundo del que ha de ser expresión viva, y, por lo tanto, NECESARIA, la disconformidad que hoy convierte la obra de arte, no sólo en una superfluidad, sino, con frecuencia, en una contradicción, impónese cual el carácter más trágico del arte contemporáneo.
Una cosa afírmase indiscutible: el arte disociado de la sociedad ya no puede ser, por no tener ya razón primordial de ser. La formula individualista que perduraba desde el Renacimiento ha muerto: un pintor, un escultor, ya no le pueden pedir, a una sociedad en que no cabe el mecenazgo privado, que acepte, como interpretación suya, la expresión puramente objetiva de una inquietud, ni siquiera la expresión subjetiva de una certidumbre. Trátase, pues, y he aquí una cuestión de vida, o de extinción por falta de razón para vivir, trátase, pues, de encontrarle, a la creación artística, el lugar que 1ógicamente le cuadra; en una sociedad en que el artista, al expresar su propia sensibilidad, pueda desempeñar el papel de heraldo colectivo. Dicho de otro modo: trátase, para el arte, de ser tenido por necesario, ya que no por indispensable.
Mas el publico, en su inmensa mayoría, siempre aparece rezagado –cuando no hostil– con respecto a su expresión artística. Dejemos de lado las declaraciones demagógicas fuera de lugar en una exposición objetiva de los hechos: un cromo, un retrato de tipo ampliación fotográfica. La mayoría del público los acoge con más benevolencia que la obra de arte que no le resulta lo bastante placentera. Pasadas las épocas en las cuales la creación artística, estatua de triunfador en los Juegos o catedral, significaba una expresión al alcance de todos, porque era cotidiana de sus manifestaciones o de sus esperanzas. El lenguaje artístico queda hermético para los no especializados; y no son las aportaciones de un «snobismo» en busca de tráficos comerciales las que podrían contradecir el aserto. El cuadro de caballete, independiente de todo ideal religioso; la escultura independiente de la arquitectura –arte colectivo este último por excelencia; el arte, en una palabra, considerado cual simple deleite para la vista, o realce del lujo de la morada de una minoría privilegiada, tal como lo instauró el Renacimiento, había paulatinamente, a lo largo de una evolución de las ideas y las costumbres que iba, a un tiempo, a dilatar infinitamente los horizontes de la mayoría, y a limitarlos a las necesidades inmediatas, el arte había de desembocar en nuevas torres de marfil [sic.].
Pues, he aquí precisamente en donde reside la falta de equilibrio del arte actual: en su carencia de lógica en relación con la sociedad. Veamos, por ejemplo, las obras clasificadas bajo el marchamo de «arte abstracto»: nos encontramos como, en una época que aspira, con verdadera angustia, a su justa expresión colectiva, unos artistas, la mayor parte de los cuales créense próximos a los sentimientos de las grandes masas populares, tornan a edificar, paradójicamente, esas torres de marfil, cuyos perjuicios no se cansan de proclamar. Nos hallamos, por lo tanto, en la obligación de situar con toda claridad este arte de hoy, sin dejarnos llevar de condescendencias extrañas a la creación artística y, asimismo, sin volvernos, voluntaria o inconscientemente, de espaldas a las exigencias de nuestro tiempo y, por supuesto, sin dejarse llevar de la ilusión de ignorar la dificultad, para procurar excusarla.
Ante todo, paréceme que conviene no confundir la aureola que nimba ciertos artistas de hoy con el resplandor de su obra en sí. Tocóme en suerte en los días postreros, y casi iba a decir en las horas postreras de la Barcelona republicana; tocóme en suerte el pronunciar, en su Ateneo, la ultima conferencia de índole cultural: acerca de la personalidad y obra de Picasso. Lo cual me permitió juzgar con conocimiento de causa las reacciones del «gran público» ante un arte que muchos, y no todos beocios, tienen por harto difícil de penetrar en sus intenciones. El público de mi conferencia lo integraban principalmente combatientes, llegados con permiso de los frentes cercanos; trabajadores –hombres y mujeres– de las fábricas de guerra. La amenaza enemiga pesaba literalmente sobre nosotros, ya que los bombardeos eran punto menos que continuos. Y bien: ese auditorio de combatientes directamente llegados de la línea de fuego, de obreros, de mujeres constreñidas, desde largos meses, a privaciones de todas clases, y al agotamiento nervioso del riesgo de cada segundo; ese auditorio que, además arriesgaba la vida para venir a escuchar una conferencia sobre arte, en un local enclavado precisamente en el barrio más expuesto de la ciudad; ese auditorio prestaba apasionada atención a las digresiones sobre Picasso y su obra. ¿Quiere ello decir que, aisladamente enfrentado con un cuadro de Picasso, este cuadro habría provocado su emoción? Francamente, no lo creo. Creo más bien que la personalidad del pintor; la actitud de este, que se le iba explicando; el hecho de que Picasso «estaba con él», y de que, al estar con él, una voz de resonancias mundiales hablaba en nombre de cada uno de estos hombres y de estas mujeres, de cada joven combatiente y de cada obrero anciano, y de cada obrera insuficientemente alimentada, de cuantos componían ese auditorio; creo que era ese hecho, sentido profundamente, tácitamente comprendido por todos, el que, en aquel instante, le imponía, a la obra del pintor, el acento de una expresión colectiva, comprensible indistintamente para todos.
“El arte y la sociedad” fue publicado en el nº 11 de la revista Las Españas el 29 de enero de 1949.
Fuente: Cultura moderna, nº 1 (2005).
Margarita Nelken Mausberger (Madrid, 1896 - México, 1968). Escritora, crítica de arte, pintora y política española. Su compromiso socio-político le llevó a formalizar su militancia en el Partido Socialista en 1931, en cuyas listas se presentó a las elecciones generales como candidata por la provincia de Badajoz, llegando a ser elegida diputada, al igual que en 1933 y 1936. Posteriormente, desde la militancia en el sector "largocaballerista" del PSOE, el más radical en sus planteamientos, pasó a las filas del Partido Comunista de España, al que se adhirió en otoño de 1936 tras organizar la Unión de Mujeres Antifascistas, organización afín al PCE. Acabada la guerra, hubo de partir al exilio. Primero se instaló en Francia, luego en la URSS (donde perdió la vida un hijo suyo en 1944, alistado como oficial del ejército soviético en la II Guerra Mundial) y, por último, en México, en donde retomó sus aficiones literarias y artísticas hasta que llegó su muerte en 1968.
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