Salvar el árbol, el medio ambiente y la vida misma.
El imperialismo es el pirómano de nuestros bosques y nuestras sabanas
Mi patria, Burkina Faso, es
indiscutiblemente uno de esos raros países de este planeta que tiene
derecho a llamarse y verse a sí mismo como la concentración de todos los
males naturales que la humanidad padece aún a fines del siglo XX.
Y, por tanto, esta realidad la han interiorizado dolorosa-mente
durante 23 años los 8 millones de burkinabes. Han visto morir a sus
madres, padres, hijos e hijas, a quienes el hambre, la hambruna, las
enfermedades y la ignorancia han diezmado por centenares. Con lágrimas
en los ojos han visto secarse charcas y ríos. Desde 1973, han visto
deteriorarse el medio ambiente, morir los árboles y que el desierto los
invade a pasos de gigante. Se calcula que en el Sahel el desierto avanza
a unos 7 kilómetros por año.
Solo estas realidades permiten comprender y aceptar la rebelión
legítima que nació, que maduró a través de un largo período y que
finalmente estalló de manera organizada la noche del 4 de agosto de 1983
en Burkina Faso, bajo la forma de una revolución democrática y popular.
Aquí no soy más que un humilde portavoz de un pueblo que, habiendo
visto morir pasivamente su ambiente natural, rehúsa verse morir. A
partir del 4 de agosto de 1983, el agua, los árboles y la vida –por no
decir la propia supervivencia– han sido elementos fundamentales y
sagrados en todas las acciones del Consejo Nacional de la Revolución que
dirige a Burkina Faso.
Por esta razón debo rendir también tributo al pueblo francés, a su
gobierno y en particular a su presidente, el señor François Mitterrand,
por esta iniciativa que traduce el genio político y la lucidez de un
pueblo abierto siempre al mundo y sensible siempre a sus miserias.
Burkina Faso, situada en el corazón del Sahel, sabrá apreciar siempre en
su justo valor iniciativas que coincidan perfectamente con las
preocupaciones vitales de su pueblo. Siempre que sea necesario, sabrá
decir presente, algo que no haremos cuando se trate de paseos inútiles.
Ya van a ser tres años que mi pueblo, el pueblo burkinabé, libra un
combate contra la desertificación. Era su deber, por tanto, estar
presente en esta tribuna para hablar de sus experiencias y, a la vez,
beneficiarse de la experiencia de otros pueblos del mundo. Ya van a ser
tres años que en Burkina Faso todos los acontecimientos dichosos
–matrimonios, bautismos, condecoraciones, visitas de personalidades y
demás– se celebran con una ceremonia de plantación de árboles.
Para el año nuevo en 1986, todas las escolares, todos los escolares y
alumnos de secundaria de nuestra capital, Uaadugu, construyeron con sus
propias manos más de 3 500 hornillos perfeccionados para ofrecérselos a
sus madres, y que se suman a los 80 mil hornillos confeccionados por
las propias mujeres en dos años. Esa fue su contribución al esfuerzo
nacional para reducir el consumo de leña y salvaguardar los árboles y la
vida.
El acceso a la propiedad o al simple alquiler de los cientos de
viviendas sociales construidas a partir del 4 de agosto de 1983 está
estrictamente condicionado a que el beneficiario se comprometa a sembrar
una cantidad mínima de árboles y a cuidarlos como a las niñas de sus
ojos. Ya se ha expulsado a beneficiarios irrespetuosos de su compromiso,
gracias a la vigilancia de nuestros Comités de Defensa de la
Revolución, esos mismos CDR que las lenguas malintencionadas se placen
en denigrar de forma sistemática y sin matiz alguno.
Tras haber vacunado en todo el territorio nacional en unos 15 días a 2
millones 500 mil niños entre las edades de 9 meses y 14 años –de
Burkina Faso y de países vecinos– contra el sarampión, la meningitis y
la fiebre amarilla, tras haber realizado más de 150 perforaciones para
garantizar el aprovisionamiento de agua potable a la veintena de
sectores de nuestra capital que hasta entonces estuvieron privados de
esa necesidad esencial, y tras haber elevado en dos años la tasa de
alfabetización del 12 por ciento al 22 por ciento, el pueblo burkinabe
continúa victoriosamente su lucha por una Burkina verde.
Se han sembrado 10 millones de árboles en 15 meses dentro del marco
de un Programa Popular de Desarrollo: nuestra primera apuesta como un
anticipo al Plan Quinquenal. En los pueblos, en los valles administrados
de nuestros ríos, cada familia debe sembrar 100 árboles por año.
La tala y el comercio de la leña han sido completamente reorganizados
y son vigorosamente disciplinados. Estas actividades exigen poseer un
carnet de comerciante de leña, respetar las zonas afectadas en el corte
de leña, así como la obligación de asegurar la reforestación de las
zonas taladas. Hoy día, cada aldea y cada pueblo burkinabe posee una
arboleda, rehabilitándose así una tradición ancestral.
Gracias al esfuerzo por lograr que las masas populares reconozcan sus
responsabilidades, hemos librado a los centros urbanos de la plaga de
la deambulación de animales. En el campo, nuestros esfuerzos se
concentran en la sedentarización del ganado a fin de privilegiar la cría
intensiva para luchar contra el nomadismo salvaje.
Todos los actos criminales de pirómanos que incendian bosques, los
juzgan y sentencian los Tribunales Populares de Conciliación de las
aldeas. Entre las sanciones impuestas por dichos tribunales figura la
siembra obligatoria de cierto número de árboles.
Del 10 de febrero al 20 de marzo próximos, más de 35 mil campesinos
–responsables de grupos y de cooperativas de aldeas– van a tomar cursos
intensivos alfabetiza-dores en materia de administración económica, de
organización y de conservación del medio ambiente.
Desde el 15 de enero, en Burkina se desarrolló una vasta operación
denominada “Recolección popular de semillas forestales”, con miras a
aprovisionar a los 7 mil viveros en las aldeas. Nosotros resumimos todas
estas actividades bajo la consigna de “Las tres luchas”.
Señoras, señoritas y señores,
No intento ensalzar de forma irrestricta y desmedida la modesta
experiencia revolucionaria de mi pueblo en materia de la defensa del
árbol y de los bosques. Intento hablarles de la forma más explícita
posible sobre los profundos cambios que están en curso en Burkina Faso
en la relación que existe entre el hombre y el árbol. Intento dar
testimonio de la forma más fiel posible del nacimiento y desarrollo de
un amor sincero y profundo en mi patria entre el hombre burkinabe y los
árboles.
Al hacerlo, creemos que traducimos sobre el terreno nuestras
concepciones teóricas con respecto a las vías y los medios específicos
de nuestras realidades sahelianas, en la búsqueda de soluciones ante los
peligros presentes y futuros que agreden a los árboles a nivel mundial.
Los esfuerzos, tanto de toda la comunidad aquí reunida como los
nuestros, las experiencias acumuladas por ustedes y por nosotros,
seguramente serán a la vez la garantía de victorias constantes y
sostenidas para salvar el árbol, el medio ambiente y, sencillamente, la
vida.
Excelencias, damas y caballeros,
He venido ante ustedes porque esperamos que entablen un combate del
que nosotros no podemos estar ausentes, nosotros que somos agredidos a
diario y que esperamos que el milagro verdeciente surja del coraje de
decir lo que se debe decir. He venido a unirme a ustedes para deplorar
los rigores de la naturaleza. He venido ante ustedes para denunciar al
hombre cuyo egoísmo es causa de la desgracia de su prójimo. El pillaje
colonialista ha diezmado nuestros bosques sin la menor idea de reemplazarlos para nuestro porvenir.
Continúa la perturbación impune de la biosfera por medio de
incursiones salvajes y asesinas sobre la tierra y en el aire. Y jamás se
podrá decir cuánto propagan la matanza todas esas máquinas que emiten
gases. Quienes tienen los medios tecnológicos para determinar
culpabilidades no están interesados en hacerlo, y quienes están
interesados no tienen los medios tecnológicos. No tienen más que su
intuición y su convicción profunda.
No estamos contra el progreso, pero no deseamos que el progreso sea
anárquico ni criminalmente negligente hacia los derechos de los demás.
Queremos afirmar, por tanto,que la lucha contra la desertificación es
una lucha para establecer un equilibrio entre el hombre, la naturaleza y
la sociedad. Por esta razón es, sobre todo, una lucha política y no una
fatalidad.
La creación de un Ministerio del Agua, que viene a complementar el
Ministerio del Ambiente y Turismo en mi país, subraya nuestro deseo de
plantear claramente los problemas a fin de poder resolverlos. Debemos
luchar para encontrar los medios financieros con miras a explotar
nuestros recursos hidráulicos existentes –perforaciones, embalses y
diques–. Este es el lugar para denunciar los contratos leoninos y las
condiciones draconianas impuestas por los bancos y organismos
financieros que condenan nuestros proyectos en esta materia. Son esas
las condiciones prohibitivas que provocan el endeudamiento traumatizante
de nuestros países, que impiden todo margen de acción real.
Ni los falaces argumentos malthusianos –y yo afirmo que África sigue
siendo un continente subpoblado– ni esas colonias de vacaciones
bautizadas pomposa y demagógicamente “operaciones de reforestación”
constituyen respuestas. A nosotros y a nuestra miseria se nos rechaza
como a esos perros pelados y sarnosos cuyas jeremiadas y clamores
perturban la callada tranquilidad de los fabricantes y mercaderes de
miseria.
Por eso Burkina ha propuesto, y propone siempre, que por lo menos el 1
por ciento de las colosales sumas de dinero que se sacrifican en la
búsqueda de la cohabitación con otros astros se utilice para financiar
de forma compensatoria proyectos de lucha para salvar los árboles y la
vida. No perdemos la esperanza de que un diálogo con los marcianos
pudiera resultar en la reconquista del Edén. Mientras tanto, terrícolas
que somos, tenemos también el derecho de rehusar una opción que se
limite a la simple alternativa entre infierno y purgatorio.
Si se
formula así, nuestra lucha en defensa de los bosques y los árboles es,
ante todo, una lucha popular y democrática. ¡La conmoción estéril y
costosa de unos cuantos ingenieros y expertos en silvicultura jamás va a
lograr nada! Como tampoco las conciencias conmovidas, sinceras y
loables de los múltiples foros e instituciones podrán hacer que el Sahel
vuelva a reverdecer en tanto no haya dinero para perforar pozos de agua
potable de unos 100 metros, ¡mientras que sobra para perforar pozos
petroleros de 3 mil metros!
Como dijo Carlos Marx, los que viven en un palacio no piensan en las
mismas cosas, ni de la misma forma, que los que viven en una choza. Esta
lucha para defender los árboles y los bosques es, ante todo, una lucha
antiimperialista. El imperialismo es el pirómano de nuestros bosques y
de nuestras sabanas.
Señores presidentes, señores primeros ministros, damas y caballeros,
Nos hemos apoyado en estos principios de lucha revolucionarios para
que el verde de la abundancia, de la alegría y de la felicidad conquiste
sus derechos. Creemos en la virtud de la revolución para detener la
muerte de nuestro Faso y para abrirle un futuro de dicha.
Sí, la problemática en torno a los árboles y los bosques es
exclusivamente la de la armonía entre el individuo, la sociedad y la
naturaleza. Este combate es posible. Nosotros no reculamos ante la
inmensidad de la tarea ni le damos la espalda al sufrimiento de los
demás, pues la desertifica-ción no tiene fronteras.
Este combate lo podemos ganar si elegimos ser arquitectos y no simplemente
abejas.[1]
Será la victoria de la conciencia sobre el instinto. La abeja y el
arquitecto, ¡sí! Y si el autor me lo permite, voy a extender esta
analogía dualista y a hacerla un tríptico, es decir: la abeja, el
arquitecto y el arquitecto revolucionario.
¡Patria o muerte, venceremos!
Gracias.
Pronunciado: En París, en la primera
Conferencia
por la Protección del Árbol y el Bosque, el 5 de febrero de 1986. Se
publicó en francés en el número del 14 de febrero de 1986 de la revista
Carrefour africain, publicada en Ouagadougou.
Versión dígital en castellano: thomsank.com, 22
de noviembre, 2009.
Esta edición: Marxists Internet Archive, septiembre 2010.
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[1] Sankara alude aquí a la obra del
presidente francés (de 1981 a 1995) François Mitterrand, La abeja y el arquitecto. (L'Abeille
et l'architect. Paris: Flammarion, 1978.)